Lo siento.
Vuestros consejos de sabias
montañas
son acariciadores como una película
de ángeles,
celestial amistad impregnada en
celuloide
que se enrolla en la propia vida,
pero que no sé o no puedo tocar.
Tampoco puedo sellar las grapas de
normalidad
que cosan mi alma y mi cuerpo al
olvido.
Dejadlo arder solo con su motor
ígneo de sangre,
con cicatrices que me adoctrinan y
recuerdos de algodón
cuya suavidad me hace andar hasta
el punto de no poderla borrar.
No se hacen remiendos a la vida.
No siempre duele.
Vivo entre las cuatro paredes de mi
espiral y me creo un código de acertijos
basado en una suma espontánea de
imagen y verdad
en que cada palabra y cada imagen
resultan ser oxígeno vital.
Pero aun así también miro con los
ojos cuando no miro a los ojos,
y no os huyo ni os desprecio,
y me siento soñar cuando os veo
pasar,
casi, casi como si os pudiera
tocar.
El cuadro que veo siempre
siempre me deja dentro de todo el
ventanal,
y el paisaje me habla
y yo le dejo hablar.
El ciclo sigue y el mundo muere
cada día
para nacer una vez más,
llevándonos a nosotros dentro.
Foto:
-Autorretrato (1907), de Leon Spilliaert.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deposita aquí parte de tu esencia