lunes, 18 de diciembre de 2017

Los colores de la rosa
































Ante mí se extienden,
en el mundo que no siempre es,
los inexplicables colores de la rosa.

Sus pétalos a veces se aprietan
en una hermosa vulva floral,
rebosante de calor pasional,
de dulces promesas de amor para nadie,
prefiriendo besarse a sí misma
que el potencial beso desconocido
que le robe su interior
para aplastar envidioso
su aura incomprensible,
ofendido el ser de barro
por la suavidad de su forma.
Nunca es agradable el espejo
en que el monstruo se refleja
y así siempre usará su navaja
para cortar la piel de la flor,
para consumar la tortura de su impotencia
con la sangre que brota transparente
del musical gemido de la rosa.
El crimen llena su cuerpo
con las manchas de su inocencia,
sus pétalos escapándose entre sus manos
mientras sus velos negros
surgen ya y vuelan encrespados
a la música de un viento gélido llamado vida
y su melena roja es el único signo
del fuego nuevo que ahora lleva.

Tiempo de la rosa negra,
vestida con pétalos negros,
armadura de sus sentimientos.
Sus ojos son espinas
hacia las que enrosca
el tallo de su cuerpo
en satánico y perecedero movimiento.
Sangran tantos como ella sangra
y cada vez que atrapa y caza
se convierte a sí misma en presa,
pero sus lágrimas rojas
queman siempre por dentro
y sólo queda de ellas
el angélico fósil de su pelo bermejo.

Sus ojos son el extraño crisol
entre lo que es y lo que era,
entre la inocencia y el dolor
y riega su interior la vibración constante
de estas dimensiones que la besan
dejando con su caricia primigenia
su mensaje procedente del principio,
cóncavos agujeros de estrellas,
cadáveres de grandes planetas
convirtiendo su mirada en un místico resumen
de lo que se perdió
y de lo que lucha por no perderse,
la rosa,
como todas las flores,
tratando de ser desesperadamente
sin saber que ya lo ha conseguido,
que las estrellas son sólo semillas
y que siempre veremos su brillo.


Foto:
-Digital art de Anke Merzbach






sábado, 11 de noviembre de 2017

Esqueleto del aire






































Paridas en colmenas de edificios
nuestras vidas son ahora escupidas fuera de las aceras
para seguir un falso éxtasis de ruido
y circuitos de cables que querrían ser venas
regando a nuestro cerebro imágenes cuya inexistencia
astilla nuestros ojos,
estímulos con envoltorio que buscan derretir las memorias.

Se entiende que el alma se fracture,
al menos una vez cada dos meses.
Las uñas son la única piedra que me agarra
buscando siempre un llamado punto de apoyo
que no desmenuce el cuerpo de arena durante la corriente diaria.
Todo es movimiento,
todo me lleva intentando quedarse con mis partículas.
La única motivación es agarrarme.

Tardes en cualquier punto fijo de la casa en que habito,
el mundo,
quieto en medio o dentro de un cristal,
tardes en las que podría nevar como si el cielo se desprendiera
soltando el sudor de Dios,
dejando esparcidos trozos de conocimiento
al alcance del que quiera cogerlos,
flores sin tallo que quemaran con sus besos blancos.

La vida es blanca,
suma de los colores que incluso no nos gustan.
Las líneas y las cuadrículas imaginarias existen
y confluyen desde todas partes
contando todas las historias al juntarse en los poros que forman tu rostro,
delineantes de vida,
esqueleto del aire que distribuye la sangre del mundo
y que nutre el caliente feto que eres,
dispuesto a abrir los ojos.


Foto: 
-New York City VI (Torso), de H.R. Giger





 

domingo, 8 de octubre de 2017

Regalos para ti



































-Vamos a ver... ¿qué tenemos aquí?
-El corazón partido.
-¿Y tú?
-Ganas de matarte.
-Se entiende.

Me encanta esa sonrisita tuya
y los gusanos de tus dientes.
Por eso taládrame la médula espinal
y que mis vértebras salten como palomitas,
mezcladas en la nieve de sangre
que cae en noviembre.
Un cumpleaños de huesos podridos:
“-Acepta esta tibia en memoria mía”.
Te quiero.
Por eso taládrame y muérdeme los genitales.
Que baile la saliva en torno al corazón,
haciendo ríos adiposos cuando lo muerdas.
Ahora sé que te quiero.
Un montón de sangre lo confirma.


Foto:
-Los crímenes del corazón, de Remigio Fabris