Un enorme oso de peluche ahorcado
preludia la llegada de Satán Claus.
La muchacha anoréxica escogió un
buen día para morir.
Desfiles de zombies enfundados en
abrigos
en medio de una nieve de cuchillas
y de bombas en ciudades árabes.
Todos se dirigen a la Gran
Pirámide,
pululando por sus entrañas y
comprando exvotos de Mattel para el metálico Faraón.
En sus mastabas privadas prosiguen
su culto a la muerte,
rituales donde se comen la carne de
hambrientos niños muertos.
Cadáveres,
Cadáveres,
rostros que carecen de faz operando
con una cirugía caníbal,
premeditada, controlada,
mayoritaria.
Peinan las calles negras en
manadas,
justificando su abulia con luces
sacadas de masacres de luciérnagas.
Para iluminar la ciudad de betún
ejecutaron a guillotina a todas las
hadas que quedaban,
cortando sus vísceras de luz para
que entraran en el festín de la carne.
Babas, vómitos, respiración,
todo se confunde en sus orgías de
gula,
mientras ofrecen libaciones de
mierda al ídolo Satán Claus.
Idolatría navideña,
concierto de hipocresía,
legiones de vampiros entre la
niebla civilizada
cosen las tripas de la ciudad para
devorarlas.
Tiroteos en los orfelinatos,
inmolaciones en las multisalas de
cine,
torturas en las comidas de empresas,
niños que se comen su propio
cerebro en un plato servido por sus padres.
Sangre,
sangre,
el gordo cabrón de rojo y blanco
cortando ilusión con su cuchillo de carnicero,
abriéndose paso por los tejados con
su automática solidaria,
observando a sus acólitos desde la
cima,
meándoles azufre sin parar hasta
que todo se inunda.
Las alcantarillas se confunden con
las calles
y las ratas y las gentes se muerden
unos a otros,
su sangre y vísceras adornan y dan
color a las avenidas
mientras los guardianes oscuros
pasan de la vigilancia a la acción,
creando un huracán de golpes,
una tormenta de disparos en pleno
centro de la ciudad,
replegando y domesticando a los
ciudadanos,
dejando que la masa negra hable,
coma, devore, mate
y sea consecuente.
Todos se revuelven entre litros de
pulpa negra,
botas, zapatos, abrigos, uniformes,
juguetes y regalos manchados de
bilis negra
y los edificios formando las
paredes de una enorme caja de hormigón y acero
que contiene a la matanza.
Todos juntos,
aplastados…
Es Navidad,
pero los disparos calientan más que
los fuegos del hogar.
Las calles son ahora potaje de
vísceras.
Y ahora nace el cerdo,
sacrificado por su santa madre
que le acuchilla con todo su amor:
un pequeño cuerpecito lleno de
agujeros
es la excusa para todo este
canibalismo.
Pero sólo sobrevive el pequeño de
cuerpo cubierto de espinas
y sus ojos crueles y su boca
sanguinolenta
señalan la hora del comienzo del
culto sangriento mundial.
Las ametralladoras son el
villancico que acompañará
los sabbats negros de todas las
familias bienpensantes.
Noche de sangre,
noche de cadáveres.
Dormid, pequeños míos,
Satán Claus ya viene.
Dormid, pequeños míos,
dormid para luego morir.
Vuestros buenos deseos y vuestra
sangre darán color a su traje.
Él planta la semilla de muérdago en
vuestro interior
que al crecer os cortará la piel
desde dentro
inundando las cuatro paredes de
vuestra habitación
de trozos de humanidad podrida.
Foto:
-Won't take my eyes of the ball again,
poster de Jermaine Rogers para el grupo musical Radiohead