viernes, 25 de noviembre de 2011

Besando esfinges


























Si de la soledad se pasa al dolor
ya no cabe en mi cabeza
concepto alguno de amor.
Es un túnel hacia ningún sitio,
un agujero de gusano por el que teletransportarse,
para civilizaciones de mancos
que intentan leer el braille de la vida.
Súbito,
rondador,
siento que el jadeo de la especie,
las convulsiones incontrolables de los genitales,
esas inyecciones de adrenalina de la biología,
pueden no ser lo único.
Histérico,
obsesivo en la sombra,
busco ese mandala de fuego que explique si alguien
puede morir y ser por otro.
Moscas en tus ojos,
vosotras mis damas fugaces
seguís dirigiendo mi brazo por vuestros mapas,
permitís que los dedos ocultos de mi subsuelo
entretoquen vuestros pechos milenarios,
aprieten vuestros labios ancestrales,
jugosa la piel como crema monstruosa,
la celulitis transparente.
La sangre hierve y sale como una burbuja de la boca,
flotando sin control.
Quiero sudar,
pero no por el pan de mi frente
sino por calentar la piel de los senos de hechiceras,
abrasándolas amorosamente
contra el árbol del bien y del mal.
Reflexivo,
nigromante,
busco el resplandor interdimensional,
el átomo indeterminado que dé el sentido.
Mientras,
bandadas de abrigos llenan el cielo con su vuelo
pero en la ciudad nadie está tan desnudo
como yo.

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Foto:
-El beso de la esfinge de Franz von Stuck